miércoles, 18 de febrero de 2009

Secretaría de asuntos del alma.

No existe estrategia alguna, conocida o no conocida, mediante la cual un mortal de sexo masculino podría asegurarse -contra viento y marea- el ser dueño de la heroica gesta de infundir ganas en cualquier mujer, sea cual sea el género y especimen femenino. Si es que usted, Señora, se situa en un criterio difente, permitame decirle: está en presencia de un completo idiota. No le falta nada.
En cuestiones nocturnas, lo que más juega es la ocurrencia. La espontaneidad se cree capaz de gambetearse a todos los conitos calzados de converse, perfumados en Patrichs y engelados hasta el sol, para definir al costado de un arquero tan femenino que haría hasta lo imposible para evitar la caída de su valla, su mirada y su atención sobre los impertinentes y osados amagues del atorrante en acción. Pero no es de probar suerte entre barras y pistas, bares y boliches, mi anhelo de reflexión; sino, en el amor.
Sin hurgar en ciencia cierta, ni tampoco en el desaire de la superstición; podemos aseverar que, si bien las excepciones a las reglas se amanecen muy temprano, en Hurlingham, se descubrió el camino claro y prolongado, para dejar a la mina que uno aspire –siempre después del levante- entregada a los mismos pies de uno.

La receta:

1) Levantarla. Hasta acá, el camino tal vez más difícil: el que la receta hurlinghemse no abarca.
2) Liberalismo. Base, muy base. Es agobiante y nefasto que la flamante compañía, reciente y novedosa, se convierta en una presión asfixiante e irrisoria.
3) Ficción y embuste. Parte vital y factor desequilibrante. Es la matiz mediante la cual uno debe exhibir un aspecto que denote una disposición y entrega, menor a la real. Se debe fingir el estado enamorado, por lo menos, hasta corroborar que tal mujer jamás se podrá enamorar de uno, o bien, que el enemigo ya siente en amor. Indecentemente defensivo.
4) Vaivén emocional. Lacónicamente explicito. Tantearla lo justo, histeriquearla lo necesario. Ida y vuelta que más que nada pasa por el hecho de no encimar al antagonista, sino más bien, ser encimado.

He aquí, las 4 maravillas de los cameleros por excelencia. Astutos aduladores y muy provechosos atorrantes.
Como onírico postre para una tertulia tan de sobremesa, dotada de machismo acérrimo y menosprecio a la creación femenina, podes acotar muy nítidamente que la medula de este proceso pasa por tomar las riendas y manejar los hilos, vender un producto y ser otro.
Los remolones del barrio no aseguran el amor eterno, no garantizan constancia emocional ni felicidad imperecedera. Solo propician el juicio del barrio, para la ávida apoderación de la tan cruel y aspirada platea femenina.

sábado, 14 de febrero de 2009

¿Quién sabe?


El amor después del amor, tal vez, se parezca a este rayo de sol

y ahora que busqué y ahora que encontré

el perfume que lleva al dolor

en al esencia de las almas

en la ausencia del dolor

ahora sé que ya no

puedo vivir sin tu amor.

Mi hice fuerte ahí, donde nunca ví.

Nadie puede decirme quién soy

yo lo sé muy bien,

te aprendí a querer

el perfume que lleva al dolor

en la esencia de las almas

dice toda religión

para mí que es el amor

después del amor.

El amor después del amor, tal vez,

se parezca a este rayo de sol

y ahora que busqué

y ahora que encontré

el perfume que lleva al dolor

en la esencia de las almas

dice toda religión

para mí que es el amor

después del amor.

Nadie puede y nadie debe vivir sin amor

una llave por una llave

y esa llave es mi amor

una llave por otra llave

y esa llave es tu amor.