martes, 21 de julio de 2009

Del poder y el amor.

Para mí son sinónimos. Tomando en cuenta que el poder es una relación desigual que se ejerce y el amor una melancólica relación de dependencia, se me hace imposible e incoherente encontrarlas distintas. Siempre hablando del amor vinculante con una pareja, nunca de Edipo ni de Electra, aunque, quién sabe, tal vez tengan el absoluto todo que ver.

A menudo nos enamoramos y perdemos el juicio conjuntamente a la independencia: la independencia sentimental -la necesidad del contacto con quien nos controla para poder estar bien-; la autonomía para no caer en crisis y el sentido crítico de las acciones más vulgares.

El estado de enamoramiento -llorado por el tango y festejado por los más dóciles-, representa una consistente y constante lucha de poder, en caso de que ambas partes sientan aunque sea un mínim o de amor por el otro. El estado ideal sería la independecia, la resignación el mismo nivel de amor entre las partes, y la suprema catástrofe, la dependencia individual, el amar sin ser amados.


En esta lucha de dependencia, prevalecen los más fuertes de manera sentimental, los más inteligentes emocionalemente y, por sobre todas las cosas, los menos enamorados.


¡Viva la libertad! ¡Muerte al amor!


He aquí: Foucault, el Negro Dolina y Nietzsche.