domingo, 17 de febrero de 2013

Cuestiones teóricas: la ética de la derecha


¿Hay una ética de la política? ¿Es ético que el enemigo de ayer sea el amigo de hoy? Importa analizar qué tipo de ética predomina en la política. Aquí, la derecha puede dar clases a la izquierda. Será porque la derecha tiene muchos intereses que conservar. Por algo (a los derechistas) se les suele decir “conservadores”. Será porque los intereses que requieren conservar tienen que ver con la riqueza. Es decir, con la posesión de mercancías. De valores materiales. Todos los valores materiales refieren a uno que –en tanto valor– los representa a todos: el dinero. A su vez, el dinero refiere a los metales preciosos. El patrón oro. Los intereses de la derecha son cuantitativos. Al serlo, los compromisos de tipo espiritual –componente que sería difícil extraer de cualquier moral humanista– no le son relevantes. El concepto de interés –para la derecha– se refiere únicamente a la riqueza. Es bueno aquello que colabora a cuidar, sostener, conservar o aumentar mi riqueza. La tasa de ganancia es el alma del capitalismo. En suma, el lucro. De aquí que su ética sea una ética de medios y de fines, en la cual los medios están al servicio de los fines. De los fines de lucro. Esto –que asegura, en gran medida, su poder y su triunfo contra adversarios más sentimentales– se le vuelve en contra en circunstancias en que su avidez produce excesiva pobreza. La derecha no sabe combatir la pobreza repartiendo su tasa de ganancia. Sería reducirla. Algo que no puede concebir. Si la tasa de ganancia decae todo está en peligro. Ergo, entre paliar la pobreza y reprimirla, elegirá reprimirla. Cuando clama por la “seguridad”, lo hace por la “seguridad” de su riqueza. La “seguridad” es un concepto de derecha. Pide “seguridad” el que tiene algo que “asegurar”. También el 24 de marzo de 1976 la derecha reclama “seguridad”. Para otorgarle esa “seguridad”, los militares inauguran la era de la “inseguridad nacional”. No habrá “seguridad” hasta que sean aniquilados todos aquellos (todos pero todos) que representen alguna “inseguridad” para los poseedores. Ese miedo que instala la dictadura militar permanece en los pliegues de la sociedad. Pero la derecha no puede frenar su sed de ganancias y no sabe repartir su riqueza, por excesiva que sea. Sobreviene entonces una “inseguridad” que no fue la que primariamente vinieron a combatir los militares. La delincuencia. Aquí, la derecha pide seguridad contra ellos, los delincuentes que su ambición de ganancias y el sistema económico implantado para satisfacerla han creado. La delincuencia es una creación de la derecha. Es tanto lo que requiere aumentar su tasa de ganancia que hunde en la pobreza a millones de personas. Estas personas (o muchas de ellas) se transforman en delincuentes y amenazan la seguridad de los buenos ciudadanos. Ahora, la derecha pide por la seguridad de su vida: no quiere que un pobre (que se ha transformado en ladrón callejero) le quite la “vida”. Que, esto lo sabe bien, es la condición de posibilidad de su riqueza. Un rico muerto no es un rico. Es un cadáver igual que cualquier otro. Hasta igual al de un pobre, un horror. Pide, entonces, seguridad en las calles. Y, al mismo tiempo, seguridad en sus casas. Y, al mismo tiempo, seguridad social. Lo que da por resultado: un país seguro para sus inversiones. Porque todos son intereses. Mercancías. Su vida es una mercancía. El rico se identifica con su objeto: la mercancía. Se cosifica. Las calles son los espacios por donde circulan las mercancías ciudadanas. Los seres humanos, ante todo, que son mercancías, pues el sistema de mercancías los ha cosificado. Todo lo que se ve en las calles son mercancías. Y luego las otras mercancías: automóviles, policías, mercancías en las vidrieras, relojes en las muñecas, prostitutas, lo que sea. El mundo es una mercancía. La derecha las acumula en tanto valores. Para eso pide seguridad social y un país ordenado (recordemos: a eso vino Perón). En un país en que reine el orden se desenvuelve libremente lo más libre que hay: el libre mercado. La realidad humana en tanto “mercado”, he aquí la antropología de la derecha. El “mercado” se regula por sí mismo. ¿Qué significa esto? Que los más poderosos se devoran a los más débiles. Son libres de hacerlo. Luego, que los más poderosos pueden unirse a otros poderosos y formar grupos. Los grupos son los monopolios. Los monopolios son formaciones libres del mercado. Cada monopolio se ha devorado a su anterior competencia: la eliminó o la eliminó absorbiéndola. El mercado es así: libre. ¿Por qué impedirle a alguien que derrote a su competencia y la incorpore a su estructura de poder? A su vez, un monopolio suele entablar negociaciones con otros monopolios. Al unirse forman los oligopolios, que son monopolios de monopolios. El mercado se reduce. Por fin, queda en manos de dos o tres oligopolios. La palabra oligopolio proviene del griego oligoi. Esta palabra –con total coherencia– significa: pocos. Siempre esta situación es grave para todos menos para los oligopolios. Si se trata –por ejemplo– de oligopolios mediáticos, la “verdad” queda muy reducida en sus posibilidades de expresión. La “verdad” se establece en relación a los intereses de tres oligopolios. Que, al ponerse de acuerdo, elaboran una sola “verdad” que la población suele comerse sin advertirlo. Así es el mercado: libre. Así es el mundo: libre. Libre para los intereses de los poderosos. Que son la derecha. Volviendo a La Nación y al peronismo encarnado en el anciano y ahora venerable gene- ral Perón. Desde el 21 de junio, La Nación advierte que Perón ha venido a proteger sus intereses. Es posible que lo supiera desde antes, desde mucho antes que todo el país y que los pibes de la Jotapé que se arriesgaban por Perón haciéndole la campaña electoral. Se la hacían, también, a La Nación. El pacto fue: usted vuelve pero nos ordena el país. Ya lo hemos dicho. Ya lo sabemos. ¿Quién sino La Nación (en tanto encarnaba los intereses de los grandes empresarios, de la Iglesia y del Ejército) podía saber que el discurso del 21 de junio Perón lo había redactado en Madrid? Por supuesto: a eso venía. Por eso regresaba. Se le había dado la oportunidad de frenar a sus jóvenes díscolos porque (pensaban) podrían evitarse así la sanguinaria tarea de imponer ellos el orden y cargar con el consecuente desgaste de toda matanza. Mejor que eso lo hiciera Perón. En suma, volviendo a la cuestión de la ética. La derecha tiene una. Cómo no. Desde luego. Es una ética de intereses. Es bueno aquello que proteja, conserve y aumente mis intereses. Es una ética alimentada por el egoísmo de la competencia. En la competencia mi interés es derrotar a mi competidor. Una vez que lo derro- to trazo nuevos fines para mis intereses. Insistamos: es, entonces, una ética de fines: de fines de lucro. Todos los medios son legítimos en la medida en que se orientan hacia el fin de todos los fines: el de mis intereses. Todo se pone al ser- vicio de ellos. Si lo bueno, lo mejor y la verdad son los valores de una ética, lo bueno, lo mejor y la verdad son, para la derecha, sus intereses. Que son sus ganancias. Llegamos, así, a la gran con- clusión. La ha dicho claramente el gran país del capitalismo en el siglo XX y (hasta ahora) también en el XXI: Los Estados Unidos no tienen aliados ni enemigos permanentes. Sólo tienen intereses permanentes. ¿Cómo no iba a ser peronista de Perón La Nación en 1973? Perón, ayer, fue su enemigo: atacó sus intereses. Ya no lo es: hoy los defiende. Hoy es su amigo. Y La Nación –tal como Perón dijera en su memorable Actualiza- ción política y doctrinaria para la toma del poder– también cree en esa frase de aliento maoísta: Al amigo todo, al enemigo ni justicia. Lo demostra-rán los militares del 24 de marzo de 1976. Esos campeones de la seguridad del establishment. Y de la inseguridad de todos.


Fuente: "Peronismo: filosofía política de una persistencia argentina", José Pablo Feinmann.